Los voluntarios de la parroquia de Pomar hacen pequeñas reformas y sustituyen muebles en mal estado por otros
Una vivienda que se cae a pedazos, un puñado de voluntarios dispuestos a rehabilitarla y una familia en riesgo de exclusión social necesitada. Ése es el punto de partida del proyecto ‘San Martín de Porres’, uno de los voluntariados de la fundación Domus Misericordiæ Sant Josep, vinculada a la parroquia de San Sebastián del barrio de Pomar, en Badalona (Barcelonès).
La escena recuerda a ‘Esta casa era una ruina’, aquel reality show en el que a bombo y platillo se convertía una casa en condiciones deplorables en un lujoso inmueble en tiempo récord. Pero esto no es un reality: es la realidad. Aquí no hay presentaciones multitudinarias, ni interioristas, ni cámaras, ni casas lujosas. Aquí, en la vida real de los barrios, hay un reducido grupo de voluntarios que se limitan a hacer pequeñas reformas y sustituir muebles en mal estado por otros de segunda mano en condiciones. ¿El propósito? Dignificar la vida de las familias más pobres de la cuarta ciudad más poblada de Catalunya.
EL PERIÓDICO asistió a un sábado de reformas en unos bajos de la calle del Dipòsit de Badalona. La vivienda pertenece a los hermanos Josefa (50 años) y Joaquín (45 años) Amaya -que piden ocultar su rostro- , este segundo con una discapacidad, cuyo tercer hermano falleció hace pocos meses y su madre en el 2004, circunstancia tras la cual adquirieron la propiedad.
Las paredes del piso están agrietadas, las puertas repletas de manchas y los hermanos guardan la ropa en maletas en vez de en armarios. Sin embargo, «el piso está mucho mejor que la primera vez que vinimos», enfatiza Alfonso Fernández, coordinador del proyecto, quien asegura que este es el caso que más le ha impactado hasta la fecha porque «los hermanos vivían en unas condiciones que daba miedo entrar».
EL PERIÓDICO asistió a un sábado de reformas en unos bajos de la calle del Dipòsit de Badalona. La vivienda pertenece a los hermanos Josefa (50 años) y Joaquín (45 años) Amaya -que piden ocultar su rostro- , este segundo con una discapacidad, cuyo tercer hermano falleció hace pocos meses y su madre en el 2004, circunstancia tras la cual adquirieron la propiedad.
Las paredes del piso están agrietadas, las puertas repletas de manchas y los hermanos guardan la ropa en maletas en vez de en armarios. Sin embargo, «el piso está mucho mejor que la primera vez que vinimos», enfatiza Alfonso Fernández, coordinador del proyecto, quien asegura que este es el caso que más le ha impactado hasta la fecha porque «los hermanos vivían en unas condiciones que daba miedo entrar».
Cuando se trata de obras mayores para quitar humedades o hacer habitaciones, la fundación contrata a una empresa externa
La reforma de la calle del Dipòsit es menor en el sentido de que los propios voluntarios pueden realizarla. Si se trata de obras mayores para quitar humedades o hacer habitaciones enteras, por ejemplo, la fundación contrata a una empresa externa cuyo trabajo evalúa. «Lo que nos diferencia de una empresa es que para nosotros esto no es un trabajo material, sino que hay una aportación espiritual», reivindica Alfonso en relación a la vinculación religiosa de los voluntarios.
Mientras Alfonso y Juan Carlos -ambos dedicados profesionalmente a las reparaciones- arreglan las puertas deterioradas y ponen espejos y cortinas de ducha en los baños, Emilio y José Enrique llegan desde Barcelona con un pequeño armario para que los hermanos puedan guardar su ropa en él. Como contrapartida, se llevan con destino vertedero un sofá insalubre que, al romperlo a martillazos para que pase por las estrechas puertas, desprende un reguero de cucarachas que caen al suelo. Hasta ahora, por falta de hábitos, los hermanos dormían en él a pesar de contar con camas. «La primera vez que vinimos a limpiar tuvimos que hacerlo con mascarillas», señala Juan Carlos.
Detectar necesidades como origen del proyecto
Yolanda Rodríguez, la voluntaria madrina de los hermanos, es una de las piedras angulares del proyecto. Nacida en Costa Rica y vecina de Barcelona, conoció hace unos cuatro años al padre Felipe Simón, párroco de Pomar que se ha propuesto dignificar el barrio y sacarlo definitivamente de las rémoras de la marginación en la que estuvo sumido hace décadas, cuando sus calles fueron golpeadas por droga y delincuencia. La idea de iniciar las reformas de viviendas surgió a raíz de que Simón conociera a vecinos que cada 15 días iban a la parroquia a pedir alimentos.
«El padre me dijo que, acercándonos a la gente que venía a pedir, podíamos detectar las necesidades del barrio«, apunta Rodríguez. Y así fue: consiguieron que esas personas les abrieran sus casas para analizar las situaciones de cada familia, y desde entonces otro voluntariado, ‘Abiertos al barrio’, se encarga de escanear y priorizar los hogares donde intervenir. En la parroquia se ha creado también un comedor social, la ‘Santa Cuina’, un proyecto que Simón, quien capitanea los voluntariados, considera esencial porque permite que las personas en riesgo de exclusión social socialicen entre ellas.
«Me impulsó a ayudarles el ver que si a mí, con posibilidades económicas, ya me cuesta, imagínate a ellos», cuenta una voluntaria
Para empezar como madrina de los hermanos Amaya hace unos cuatro meses, reconoce Yolanda, tuvo mucho que ver el hecho de que estuviera sensibilizada por tener un hijo autista de 22 años. «Me impulsó a ayudarles el ver que si a mí, con posibilidades económicas, ya me cuesta, imagínate a ellos, que sólo cuentan con una pensión de unos 300 euros por la discapacidad de Joaquín«, explica la voluntaria, cuya principal misión es estar pendiente de los hermanos para que, entre otras cosas, vayan al médico o no se vean obligados a pedir en la calle.
Por su parte, Alfonso recuerda la importancia de que, cuando hay una derrama importante, los beneficiados aporten una contribución simbólica dentro de sus posibilidades, pues «está demostrado que cuando las cosas cuestan algo se valoran más». En este caso, solo hace falta ver en qué condiciones viven para saber que los hermanos Amaya no podrán aportar nada. «Desde que vino Yolanda estamos un poquito mejor, aunque en este piso sigue haciendo frío«, dice Josefa Amaya, que llegó a Badalona junto a su hermano cuando tenía 11 años. «¡A ver si nos va a salir un chalé!», bromea Joaquín mientras mira fijamente cómo trabajan los voluntarios.
Donde no llegan los Servicios Sociales
Una frase de Alfonso Fernández define bien el proyecto: «Intentamos llegar adonde no llegan los Servicios Sociales», con los cuales colaboran en todo momento desde la fundación atendiendo actualmente a unas ocho familias de Pomar. «Las asistentas sociales me pusieron en antecedentes de lo hermanos y pude comprobar lo compleja que es su situación, sobre todo en lo referente a su relación con la poca familia que les queda», reseña Yolanda Rodríguez. Las casuísticas a las que se enfrentan en la fundación son diversas: desde vecinos que están solos hasta personas depresivas o con discapacidad, pasando por quienes «no saben manifestar que lo están pasando mal». A juicio de los voluntarios, quienes trabajan en red con los Servicios Sociales badaloneses y con otras entidades como la Fundació Roca i Pi, la principal dificultad suele ser evaluar cómo las familias en riesgo de exclusión social están gastando los recursos -habitualmente pensiones- de los que disponen.
Entrevista: Manuel Arenas de elPeriódico
Fotos: Martí Fradera
https://www.elperiodico.com/es/badalona/20190611/esta-casa-ruina-familias-riesgo-exclusion-social-7496901